No recuerdo ya cual había sido la excusa con la que me había colado esa ves, pero quería estar con ella. Había alcanzado a sentarme junto a Ángela en el autobús, era un largo trayecto en hasta nuestro destino, una plaza comercial bastante frecuentada por grupos de amigos, que resultaba un lugar ideal de reunión. Al arribar a la estación de la plaza me detuve un momento para apreciar la puesta del sol, siempre me han atraído los atardeceres y el cielo nocturno de una forma que no se explicar.
Me apresure a alcanzar a Ana y Ángela, que me dejaban atrás. Yo no paraba de pensar en el toque de su mano sobre mi hombro. Me parecía salido de la mente de alguien obseso, pero no paraba de darle vueltas a aquello. Era algo que Ángela hacia regularmente, no parecía nada particularmente especial en mi caso. Ya estaba acostumbrado al efecto usual que Ángela causaba en la mayoría de los hombres, precisamente por ese tipo de cosas. Aunque yo tampoco era inmune a ello y estaba casi seguro que ella lo sabia bien. Procure apartar aquello de mi mente, porque no quería arruinar las cosas. Las relaciones son algo que no debe forzarse, no quería que alejase de mi o apartarme de ella.
El sol parecía desplomarse en el horizonte, y noche caía tan rápido que apenas y había avanzado algunos metros. Caminamos por la acera y deje que se adelantaran, mientras mi mente se aclaraba. Ángela camino cada vez mas lento, hasta alcanzarme. Le dije es estaba bien. Es usual que se preocupe por mi y yo por ella. Caminamos un trecho mas juntos, yo intentaba igualar aquellos pasos cortos con los que ella apenas avanzaba. Le comente que había cerca un lugar muy bueno, no estaba muy seguro si aun existía porque desde la universidad no llegaba por ahí. Ángela no se mostró muy interesada en la conversación, de modo que yo tampoco insistí mucho en hablar y me limite a caminar. Camine muy despacio porque al llegar a la plaza acabaría lo especial de aquel momento.
Ella alzó la mano para arreglar un poco su cabello, llevaba unos aretes que hacían una linda combinación con su camisa. Mientras bajaba su mano pensé en tomarla, como en otras ocasiones había tenido la intención, pero había desistido de ello hace ya un instante. Cuando su mano sorprendió a la mía la estreche de inmediato, solo por un momento. Percibí algo que me invadía, algo que había experimentado pocas veces, como si una corriente muy suave condujera este momento y el universo conspirara a favor nuestro. Nos miramos y no dijimos nada, no era necesario. Yo esboce una sonrisa y ella me sonrió, eso nos bastaba. Ana ya nos estaba llamando, se nos hacia tarde y nos estaban esperando.
De lo poco de vida que me resta diera con gusto los mejores años, por saber lo que a otros de mí has hablado. Y esta vida mortal... y de la eterna lo que me toque, si me toca algo, por saber lo que a solas de mí has pensado. - Gustavo Adolfo Bécquer
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